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Agua Agua Eventos extremos “Nunca he visto el agua de verdad”

“Nunca he visto el agua de verdad”

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Laura Toribio, MALINALCO, Mex.
En Noxtepec de Zaragoza, desde hace nueve años, el juego más popular entre los niños es aventarse por una resbaladilla que no es otra cosa que una tubería sin agua. En Noxtepec de Zaragoza, en lugar de llaves, hay cubetas, y en vez de baños, hoyos en la tierra. El agua para bañarse no es transparente, es casi negra. Aquí no basta con estirar la mano para tener algo de agua limpia, se tiene que caminar por más de 30 minutos para conseguirla.

Los habitantes de este ejido mexiquense crecen sabiendo que en sus casas están prohibidas las plantas y los animales sanos. A los tres años ya están acostumbrados a bañarse con agua mugrienta de alguno de los tres pozos que tienen. A los seis son lo suficientemente grandes para ir a buscar el líquido aparentemente limpio a las cisternas que están en el centro de la comunidad.
Cargan más de lo que pesan. Efrén, de siete años, puja para subir un bote de 20 litros a su burro, pero en cuanto lo consigue sonríe porque sabe que su premio será aventarse de una larga resbaladilla que atraviesa su pequeño poblado. El juego más popular entre los niños de Noxtepec está ahí desde hace nueve años, pero en realidad se trata de una tubería jamás estrenada, por la que nunca ha corrido una sola gota de agua.
Para los adultos es el símbolo de la promesa incumplida, que a cambio de un voto, les han venido repitiendo desde que la memoria les alcanza.
“Cada tres años que andan en la candidatura, los políticos nos prometen que nos van a traer agua y nada que nos cumplen. La mera verdad es que siempre nos han engañado.” recuerda María de la Luz.
Esta habitante de Noxtepec, que vive en la última casa del ejido, rodeado por tres cerros, reconoce que aunque sufre por no tener agua ya está acostumbrada.
 “Qué le vamos a hacer. Camino unas dos horas y media de ida y otras tres de vuelta para bajar hasta el río y lavar mi ropa, y para tomarla también tenemos que irla a traer a la cisterna, aunque uno tenga otra cosa que hacer, ni modo”, cuenta resignada.
Da lo mismo si las familias de Noxtepec son de diez o de dos personas, sólo tienen derecho a seis botes de agua cada dos días. Se forman desde las cinco de la mañana porque nadie les garantiza que alcancen. Aún así, a veces, todos vuelven a sus casas con las cubetas vacías cuando la pipa que surte las cisternas no llega.
“Desde hace 33 años que nací nunca he conocido el agua de verdad”, suelta Jovita, mientras lava con agua sucia la camiseta de uno de sus cinco hijos.
Talla más fuerte cuando cuenta que la han engañado y que no se le hace justo que quien tiene agua la desperdicie.
“Nosotros lavamos y nos bañamos con agua puerca y a los animalitos les damos de tomar de esa. Sólo Dios sabe si la que tomamos de las cisternas esté limpia, porque eso dicen, pero ya ni se les cree. En otros lados yo creo tienen mucho agua, pero aquí (hace) hartos años que no hay, por eso yo digo que la cuiden, porque a algunos nos hace falta”, dice atragantada.
Jovita a punto de llorar— asegura que no le da tristeza su situación, lo que siente es rabia porque se han burlado de ella y de su ilusión de abrir una llave de agua en casa.
Leticia, la mayor de sus hijas, mantiene la esperanza. Tiene 15 años y apenas hace tres se enteró de que en algunos lugares no hace falta caminar para encontrar el agua.
“Hasta los 12 yo pensaba que así era en todo el mundo. Cuando salí a trabajar a Chalma caí en cuenta de que no. La gente allá se puede bañar, lavar la ropa y los trastes con agua completamente limpia”, relata aún con sorpresa.  Y al igual que su mamá, desde que recuerda, les han prometido llevárselas: “Nos dicen que este año o que tal día y nunca llega, pero yo sí todavía tengo la esperanza para un futuro, para mis hijos y mis hermanos, pero el chiste es que quieran hacerlo, porque seguro solita no va a llegar”, platica la adolescente.
Cuando tenía 16 años, Martín vio llegar la luz a Noxtepec de Zaragoza y se quedó esperando el agua. Tiene 34 años.
Convencido de que debe hacer algo para llevarla a los hogares de la tierra que lo vio nacer, casarse y tener hijos, este año se convirtió en delegado del ejido y su prioridad es que sus nietos no sigan con la tradición de acarrearla.
“Cuando yo era un niño a mí me mandaban a traer el agua y era caminar como cuatro kilómetros de ida y cuatro más de vuelta. Por eso, la mera verdad, yo no estudié, a causa de que había que estar yendo por agua y se perdía mucho tiempo. Ahora, siquiera, las cosas son diferentes y vamos más cerquita,
ya sólo caminamos unos 25 minutos si aceleramos el paso”, asegura.
Se le desencaja el rostro cuando enumera que sin agua en las casas no hay baños ni plantas. Y al mirar a su perro Palomo, al que se le transparentan las costillas, recuerda que tampoco es posible tener animales sanos.  El agua es la vida y en Noxtepec no la tenemos. Aunque ahí están las cisternas de repente se friega la pipa y a nosotros nos merman el agua, y, luego, si se acaba la sucia de los pozos, pues qué le hacemos. Espero que dependa de mí echarle ganas y que este año ese sueño de abrir la llave y tener agua en las casas de Noxtepec de verdad se cumpla.”  Miguel ya no quiere escuchar una promesa más de agua. Para el próximo año espera tener plantas en su casa y un “pastito verdecito, verdecito”.

“Quiero que, si en la próxima candidatura vienen y nos dicen que nos van a traer agua, nosotros podamos decirles que no, que agua ya no, ahora otras cosas, si lo más necesario ya lo tenemos”, dice sonriendo. Al pie de la tubería que llega hasta el punto más alto de Noxtepec, desde donde es posible ver todo el ejido, Alexander se prepara para lanzarse. Pasa por encima de la casa del velador que al igual que el agua nunca llegó y se toma del transformador de luz sin cables. Se sienta y antes de echarse por la “resbaladilla” el niño de 11 años confiesa que aunque es divertido, preferiría tener agua en casa.
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