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Namibia: donde cada gota de agua cuenta

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"Estos chicos me van a volver loca", exclama Ndaafetwa Hifekepunye. "Después de todo lo que supone recoger el agua de lluvia, abrieron el grifo del bidón y el agua se derramó por todas partes. Si no lo hubieran hecho, habríamos tenido agua para más tiempo". A pesar de ello, Hifekepunye ríe, se encoge de hombros porque como ella misma se pregunta, "¿qué se le va a hacer si a todos los niños les gusta jugar con el agua?". Su sonrisa, sin embargo, oculta un sentimiento de angustia. Porque, realmente, a todos los niños les gusta jugar con el agua, pero aquí, uno de los lugares más áridos de África, una dura reprimenda pareciera ser la respuesta adecuada a esta travesura, piensa Hifekepunye. El agua es un bien precioso, no un juego.

La Región de Omusati, en el norte de Namibia, con temperaturas que suelen alcanzar los 40 grados centígrados y en los que las esporádicas lluvias apenas dejan 270 milímetros cúbicos al año queda lejos de lo que cualquier campesino consideraría una tierra cultivable. Peor aún: el 83% del agua se evapora apenas toca el suelo.

La gente que vive aquí no tiene posibilidades de trabajar en algo diferente a la agricultura de subsistencia. La formación y las oportunidades son escasas, así que quienes pueden tratan de sobrevivir pastoreando cabras o plantando mijo.

Un informe reciente de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, dice que el gobierno de Namibia prevé que el calentamiento global aumentará las temperaturas del país entre 2 y 6 grados y que las lluvias disminuirán hasta los 200 milímetros. Algo que, en un país donde el 70% de la población practica algún tipo de agricultura, es un problema.

Hifekepunye, que como muchas mujeres de su generación desconoce su edad, tiene 14 bocas que alimentar en su hogar. Pero ahora, cuando comienza la época de lluvias, su tierra sigue estéril, y el polvo se respira en el aire.

A mediados de noviembre, las lluvias que caen normalmente de octubre a mayo, todavía no habían llegado. En toda la región los campesinos cuentan la misma historia: la estación de los cultivos es cada vez menor y las lluvias cada vez más impredecibles, lo que pone nerviosos tanto a humanos como a animales.

El agua más cerca

Hifekepunye cuenta su historia sentada frente a un gran tanque de plástico. Algo que desentona con el entorno del tradicional kraal namibio: un grupo de cabañas de arcilla, que se confunden con otras pocas construcciones de ladrillo con tejados de zinc. Pero ese tanque ha cambiado extraordinariamente la vida de esa comunidad rural.

Antes, para cosas tan simples como el agua para beber o para cocinar, las mujeres debían andar durante horas hasta el punto más cercano de agua. "Cuando era niña, cada día mis hermanas y yo caminábamos varios kilómetros con pesados baldes de agua para las tareas domésticas. El suelo estaba tan caliente que nos quemaba las plantas de los pies", recuerda Hifekepunye. "Recoger el agua aquí, en la misma aldea, ha hecho que mi vida como mujer sea mucho más fácil", dice Hifekepunye. "Ya no tengo que recorrer esas largas distancias".

En efecto, a modo de experimento para ayudar a las familias a adaptarse a condiciones incluso más áridas, el gobierno namibio, el Country Pilot Partnership (CPP), con apoyo del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y otras agencias medioambientales distribuyó 70 tanques de agua con capacidad entre los 2.500 y los 5.000 litros para hogares, escuelas y hospitales.

La casa de Hifekepunye recibió el tanque de agua gratuitamente, aunque tuvo que pagar de su bolsillo una base de cemento y los tubos para bajar el agua. Ella piensa que es un buen acuerdo. "Es una gran ventaja, especialmente durante la estación de lluvias cuando las autoridades, como medida de ahorro, cierran la llave de paso del punto de suministro de agua que está a dos kilómetros. Gracias a este tanque tenemos agua potable aquí mismo".

No tuvo la misma suerte María Eelu, de 16 años, y del asentamiento de Omulai, ya que tiene que caminar varios kilómetros hasta el canal de Calueque para buscar agua. Tras llenar 19 odres de 25 litros con agua, supervisa a un pequeño grupo de niños mientras cargan un carro tirado por un burro. "Este es el suministro para un par de días de varios hogares", explica María. "Nuestra aldea está a tres kilómetros y no tiene agua corriente".

El canal de Calueque, que trae agua de la represa de Calueque, en la vecina Angola, con sus dos metros de ancho es uno de los principales abastecedores de agua para un área donde viven un millón de personas, la mitad de la población de Namibia. Para los granjeros, Calueque es vital.

Aunque está prohibido por Namwater, la única compañía de suministro de agua del país, que mantiene el canal, los campesinos utilizan el agua del canal para irrigar sus cultivos cuando no llueve lo suficiente.

Optimizar cada gota

Paulus Amutenya es uno de los granjeros que utiliza el canal y un lago cercano, que también recibe el agua desde Angola, para regar sus campos. A diferencia del método tradicional de irrigar mediante el vertido de agua a pequeños canales cavados en el área cultivada, él usa un sistema de riego por goteo que le facilitó el programa CPP.

"Sin lluvias, tenemos que regar más", dice. "Con el sistema de goteo que nos dio el proyecto, podemos distribuir el poco agua cuando y donde lo necesitamos". Las medidas de adaptación que el CPP ha puesto en marcha no son precisamente de alta tecnología, reconoce el gerente del programa, Andreas Shilomboleni, pero funcionan y son baratas.

"Mediante el programa de adaptación al cambio climático, hemos introducido métodos simples y baratos como los sistemas de irrigación por goteo, bombas de agua, animales resistentes a la sequía, hemos diversificado las plantas o recurrido a tecnologías básicas para la recolección de agua", dice.

A unos pocos kilómetros, en los bosques de Mopane, ya en el área fronteriza, Andreas saca una bomba de agua de su todoterreno. El rostro de Immanuel Hambiya se ilumina con una sonrisa.

"Necesitamos la bomba para traer el agua desde el lago", dice este campesino que vive gracias a los pimientos, coles, maíz y otros frutos y vegetales que cultiva en sus 2,5 hectáreas de terreno.

"Estos años las lluvias llegaron tarde y fueron escasas", explica Hambiya. "El nivel del agua del lago bajó y tenemos que bombearla desde cada vez más abajo o emigrar adonde haya agua, o simplemente cultivar menos".

Antes de que tuviera la bomba y el sistema de goteo, Hambiya también dependía de los sistemas de irrigación tradicionales. "Es un método difícil de controlar", explica. "Si entra demasiada agua de golpe, los cultivos se ahogan y son más vulnerables a las plagas y a los hongos. Era también una manera costosa y laboriosa de irrigar las plantas. Con el sistema de goteo ganamos en eficiencia". Según Hambiya, tras introducir el método de irrigación que ahorra agua vio como su cosecha aumentaba en un 10%, a pesar de gastar menos agua.

A medida que el agua se convierte en un bien cada vez más escaso en la árida Namibia, pequeños pero vitales logros en eficiencia como estos pueden marcar la diferencia entre la supervivencia y el hambre.

Fuente: El Mundo.es